1er PREMIO CONSURSO DE RELATOS CORTOS. EASD de ZAMORA


El jurado, presidido por D. Iván del Arco Santiago, y formado por Dña. Crstina Piñán Valladares, Dña Ana Belén Montes Pérez y D. José Antonio Pérez González, decide por unanimidad conceder los premios a los siguientes concursantes:

 

PRIMER PREMIO

DOÑA KAREM MANZANO GARCÍA. Estudiante 1º de Bachillerato

 

SEGUNDO PREMIO

D. ÓSCAR BARTOLOMÉ RODRÍGUEZ. Estudiante de 2º de Bachillerato.

 

PRIMER PREMIO RELATO CORTO.

No respeté las leyes, ni siquiera la moral.

 

Rechacé todo tipo de ideologías. Rechacé, incluso, mi propia religión.

 

Probé el placer de andar sin rumbo por las calles, perdiéndome, derrochando el tiempo, el aire, pecando de gula, de avaricia, de soberbia ante todo.


Lo apostaba todo, hasta la vida, jugando a las cartas sin molestarme en guardar, por pereza, ases en la manga.


Cierto día, sentado en un banco, conmigo mismo en mala compañía, levanté la mirada y alcancé a verla; su paso era ligero, elegante y ella tan bella que hasta el tiempo se permitió el costoso lujo de detenerse, intercalando entre sus engranajes a la más pura expectación.


Por ella abandoné la vida que hasta entonces había llevado sin remordimiento, poco a poco me convertí en alguien que tiempo atrás jamás creí posible llegar a ser.


¡Esperé! Esperé pacientemente día tras día en el mismo lugar en donde por primera vez la vi para presentarle mi devoción y respeto.


Nunca la volví a ver.


Busqué noticias desesperado, encontrándome al final cara a cara con la divina realidad.
Quiso Dios castigarme por haberlo abandonado llamándola a reunirse con Él y requiriéndole que renunciase, en definitiva, a su vida terrenal.


Era precisamente por esta vida terrenal que yo había rechazado mi existencia divina por igual junto a Él, causando su poderosa ira, pero sobretodo su tristeza.


Entonces, cuando comprendí mi solitaria situación en el universo, el anhelo por momentos pasados, por volverla a contemplar, tomó posesión tiranamente de mi maltrecho corazón, obligándome a decidir clavar la mirada en el mismísimo suelo que un día su elegante paso eclipsó, convirtiéndome lenta pero inexorablemente en una escultura que humanos admirarán por los siglos de los siglos.

 

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